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jueves, 13 de mayo de 2010

Así ‘Gobernaba’ el PRI… (y Amenaza con Volver) Parte II

Posted on 10:12 by PERIODICO INDEPENDIENTE


Por OSCAR A. Reyes Rodríguez

JOSÉ LÓPEZ ‘PORPILLO’ O ‘EL PERRO JOLOPO’
Como había amenazado, Echeverría gobernó hasta el último minuto. Ejercer un poder se le volvió adicción, y quería continuar con él. Para eso, nombró su sucesor a su Secretario de Hacienda y Crédito Público: José López Portillo y Pacheco. Quería a alguien ‘manejable’ para poder seguir disfrutando de ese vicio llamado poder.
Así, por primera vez en el mundo y en México, un régimen que presumía de ser democrático, tuvo a un candidato ganador con el 100% de los votos. Esto se debió a que José López Portillo la tuvo fácil: el Partido Acción Nacional (PAN) no registró candidato en las elecciones de 1976, por divisiones internas. Entonces, el principal competidor de López Portillo fue el sindicalista Valentín Campa, postulado por el Partido Comunista Mexicano (PCM), pero como este organismo político no tenía registro, los más de un millón de votos que logró en la jornada electoral de ese año fueron inválidos, por lo que José López Portillo ‘arrasó’ con el 100% de los votos válidos. Incluso, años después, en una entrevista, declaraba que “aunque mi mamacita no hubiera votado por mí, yo hubiera ganado”.
El primero de diciembre de 1976, José López Portillo, animoso, tomó posesión de la Presidencia en un momento en que el país se hallaba en momentos difíciles. En su discurso, el nuevo presidente propuso, de manera muy optimista, el desarrollo del país en tres etapas: restaurar la economía durante los primeros dos años de gobierno; consolidar esa recuperación económica durante los otros dos años siguientes y, por último, “crecer aceleradamente en 1981 y 1982”. Afirmó que sus prioridades serían el petróleo y los alimentos.
En el mismo discurso de su toma de posesión, López Portillo no quiso parecer insensible ante las clases populares que poco a poco comenzaban a pulular en la Ciudad de México. Visiblemente emocionado, dijo que pedía perdón a los desposeídos y a los marginados, e incluso lloró, al asegurar que en beneficio de ellos “nos aliamos para conquistar, por el derecho, la justicia… Esa es mi misión. No quiero otra”. Al día siguiente, un hombre llamado Jacinto Morales López fue encarcelado, por asegurar que “de un presidente pelón, pasamos a un presidente chillón”.
Durante los primeros días como presidente de José López Portillo, se vio entrar y salir de Los Pinos al ex presidente Luis Echeverría. Cuentan ahora los ex trabajadores, que “él todavía se sentía presidente, pues quería estar enterado de todo lo que acontecía. Se ponía furioso cuando el presidente López Portillo salía y no le avisaba a Echeverría”. Incluso, el periodista Manuel Buendía dijo haber escuchado que Luis Echeverría, enojado, exclamaba improperios en contra del presidente López Portillo “¿qué no sabe éste cabronsito quién lo hizo presidente? ¿No se da cuenta que tiene deudas de lealtad y honor para conmigo?”
Pero a José López Portillo no le inmutaban las rabietas de Luis Echeverría. O más bien, sí lo inmutaban, tanto así que tuvo que recurrir a la afamada ‘ley de los tres ierros’ (encierro, destierro o entierro). En una maniobra de prestidigitador, se deshizo de dos lastres para él. Se trataba de los ex presidentes Gustavo Díaz Ordaz y de Luis Echeverría. Al primero lo nombró embajador de México en España, bajo el pretexto de mandar al mejor representante como muestra de buena disposición a dialogar, después de haber congelado las relaciones entre ambas naciones por más de cuatro décadas; al segundo lo nombró embajador de Francia, cuando el escritor, Carlos Fuentes, renunció a ese cargo luego de ser regañado, insultado y ninguneado. Sin embargo, Luis Echeverría no quiso el puesto de embajador de México en Francia; mejor eligió el de embajador de México ante la UNESCO, la cual también estaba en Francia. No obstante, tiempo después, el presidente López Portillo lo nombró embajador de México en Australia, Nueva Zelanda y las Islas Fidji. “Entre más lejos, mejor” se leía en una columna del periódico ‘El Universal’ ante inusitado hecho.
Sin embargo, uno de los ilustres embajadores, Gustavo Díaz Ordaz, para ser más precisos, hizo una grosería a los españoles: Días después de presentar sus cartas al rey Juan Carlos, Díaz Ordaz salió con el capricho de abandonar el puesto y regresar a México. “¿Lo han llamado de la Secretaría, señor embajador?”, Le preguntaron sus colaboradores allá en España. “¡A mí no me ha llamado nadie!, Replicó. “¡Me voy porque se me da la gana! ¡Y no me regresaré, no me despediré de nadie, ni del rey!”. Y en efecto, el flamante embajador se largó majaderamente, lo cual fastidió a los españoles, y con justificada razón.
Pero en 1977, los españoles se equivocaban si creían haber visto el folclor mexicano de los priístas en su máxima expresión.
El presidente López Portillo aprovechó la reanudación de las relaciones internacionales entre México y España, para hacer una visita. Los españoles seguían enojados por la grosería cometida por Gustavo Díaz Ordaz en su contra, por lo que a la llegada del presidente mexicano no hubo ni banderas ni gallardetes en las calles, como se acostumbraba a recibir a los jefes de Estado. López Portillo no se preocupó por ese ‘detallito’; en cambio, se mostraba contento de estar en la tierra de sus antepasados paternos. Así que aprovechando que sus gobernados pagaban, se llevó a toda la familia, incluyendo a sus papás. Allá se dedicó a presumir su capacidad de improvisación, cosa que a veces lo llevaba a trastabillar en sus discursos y a cambiar significados y nombres en sus frases. La prensa española lo tachó de un “hombre poco serio para ser un estadista”; otros titularon “Parecía que aspiraba al trono español”, y uno más fue más certero “¿quién era el rey: el mexicano o el español?”
Pronto, la familia López Portillo se encariño con los viajes. Así es que regresando de España, la primera dama de México, Carmen Romano de López Portillo (entre su círculo amistoso se le conocía como ‘La Muncy’), acompañada de sus hijas: Paulina y ‘la Yiyi’, se fueron de paseo, cortesía del erario.
La señora Carmen Romano pronto fue conocida a nivel internacional, no por su belleza, porte o su altruismo, como otras primeras damas internacionales. ‘La Muncy’ saltó a la fama por acciones como éstas: durante un viaje, amenazó con despedir a los pilotos de Aeroméxico “porque en el avión no había pollito frito que a ella tanto le gustaba”, así que los obligó a aterrizar en Estados Unidos para que se lo consiguieran. O como cuando ordenó la creación de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, y pidió que la mayoría de los atrilistas fueran extranjeros para que pudieran interpretar la canción preferida de doña Carmen: ‘Eres tú’, de Mocedades. O bien, cuando en España puso en aprietos a los empleados de la Embajada, porque les ordenó que le consiguieran localidades para el Teatro Real, a sabiendas de que ya no había disponibles desde hacía dos semanas antes. Finalmente se consiguió un palco para que ‘La Muncy’ pudiera asistir, pero ésta ya no quiso y mejor se fue al cine a ver ‘Superman’. O bien, cuando dejó ‘plantado’ al alcalde de Sevilla en una cena oficial, y mejor se fue de la ciudad porque “se sentía muy aburrida”. Fueron tantos los desplantes, que doña Carmen se convirtió en leyenda por sus propios méritos.
Pero en México también se ‘cocían habas’ e igualmente patrocinadas por la familia López Portillo. El presidente puso en su gabinete a gente de su confianza, y qué mejor confianza que a su familia: su hijo José Ramón y su hija Rosa Luz Alegría quedaron asignados a la Secretaría de Programación; su primo Guillermo quedó en el Instituto Nacional del Deporte; su queridísima hermana Margarita (“no me la toquen”, había sentenciado a la prensa) la dejó a cargo de Radio, Televisión y Cinematografía. En los periódicos se bromeaba por esta designación y por las producciones cinematográficas que se daban en la época, porque a Margarita llegó a nombrársele como la ‘Pésima Musa’. Por último, su otra hermana, Alicia, fue la secretaria consentida de su hermano. Estas designaciones generaron muchas críticas, pero el presidente se limitaba a presumir que tenía “una familia muy unida y de mucha confianza para llevar a buen destino los rumbos del país”.
Sin embargo, el balance al final de su sexenio demostraba lo contrario: de “administrar la abundancia” por los ingresos petroleros, de “vender y vender”, se pasó a deber y deber, pagar y pagar, aunado a que el dinero con el que se pagaba, ya no valía. La historia dio un giro de 180 grados, el precio del petróleo a nivel mundial cayó drásticamente; la Banca Internacional aumentó considerablemente las tasas de interés y el peso; la moneda mexicana se devaluó 50 por ciento. Todos estos elementos dieron como resultado una de las peores crisis hasta ese momento en la historia del país.
La debacle llegó en el último año de gobierno de José López Portillo. La fuga de capitales representaba las dos terceras partes de la deuda externa que en ese entonces ascendía a 30 mil millones de dólares. En su Sexto y último Informe de Gobierno, José López Portillo hizo un recuento de los errores de su administración. “Inversión pública ineficiente, gasto público excesivo despilfarrador inflacionario, deuda externa excesiva y enajenante, economía petrolizada, política económica equivocada, medidas correctivas desarticuladas y balbuceantes, y otras más que son ofensas que no ocuparé”, señaló en 1982.
Pero el remedio para paliar la crisis fue tan doloroso como la crisis misma. Contrariando su lema de “Presidente que devalúa, se devalúa”, dijo: “He expedido en consecuencia dos decretos, uno que nacionaliza los bancos privados del país, y otro que establece el control generalizado de cambios”. Juró que defendería “el peso como un perro”, y que era “responsable del timón, pero no de la tormenta”. Pronto, los ‘moneros’ de los periódicos lo caricaturizaban como un perro al que bautizaron ‘Jolopo’ (por sus iniciales). José López Portillo reconoció que durante su mandato cometió errores que el país resintió. “Ya nos saquearon. México no se ha acabado, no nos volverán a saquear, a los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí perdón y que he venido arrastrando como responsabilidad personal”.
De un sólo golpe, millones de mexicanos vieron anuladas sus aspiraciones de una vida mejor: el futuro del país quedó hipotecado, y los agraviados por la crisis jamás conocieron a sus verdugos. “Se trata de corregir un gran mal y no del esfuerzo estéril de identificar villanos”, alegaba en defensa propia. Así terminaba el sexenio de José López Portillo, marcado por el nepotismo, la corrupción, el lujo y el derroche.

EL ‘GRIS’ MIGUEL DE LA MADRID HURTADO, O
‘MIGUEL ME FUI A MADRID PORQUE HE HURTADO’
Para no perder la costumbre de que el presidente en turno dejara a alguien de confianza en la Presidencia de la República cuando éste saliera (confianza que no se refería a hacer un buen papel en la administración, sino la confianza de que el ‘elegido’ no le fuera a causar molestias por los errores cometidos durante su administración), el presidente José López Portillo nombró candidato, y por ende su sucesor, a Miguel de la Madrid Hurtado, quien había sido su alumno en la Universidad Nacional Autónoma de México cuando cursaba la carrera de Derecho, además de haber sido Secretario de Programación y Presupuesto con López Portillo.
De la Madrid se encontró con un panorama donde el Producto Interno Bruto mexicano era de un raquítico 0.5%; la inflación se había disparado en un 100%; la deuda externa rebasaba la escalofriante cifra de 100 mil millones de dólares, sin contar los intereses y servicios a tasas elevadas. Los precios del petróleo seguían a la baja y ya no ofrecían esperanzas de salvación como seis años antes. Por otra parte, a cambio de un préstamo de 5 mil millones de dólares, el Fondo Monetario Internacional (FMI) impuso condiciones que Miguel de la Madrid presentó como “un mal menor para el país” y una “medicina dolorosa pero necesaria” que requería el sacrificio de todo el pueblo.
Las recetas del FMI dieron origen al Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE), que supuestamente contendría la inflación y reduciría el déficit público y el externo. Para empezar, el peso se devaluó en más de 100%, y de 70 pasó a 150 pesos por dólar; además entró en flotación con un ‘desliz’ o ‘micro devaluación’ de 13 centavos diarios. La nueva administración inició una severa reducción del gasto público que dejó a muchos burócratas en el desempleo, eliminó programas y contuvo el aumento a los salarios, menos el de los servidores públicos que, a la voz de “¿crisis? ¿Cuál crisis?”, Se aumentaron, según ellos “para evitar la corrupción”. Así, en 1983, un secretario de Estado ganaba más de 500 mil pesos (unos 33 mil dólares de esa época) al mes; y los subsecretarios, 250 mil, pero a los cuatro meses volvieron a subirse el sueldo: 200 mil pesos más, retroactivos, por si fuera poco. También aumentaron los sueldos de oficiales mayores, secretarios particulares, directores y coordinadores generales, hasta en un 160%.
En cambio, los obreros pidieron el 100% de aumento salarial, y se les concedió, de manera ‘generosa’, el 15 por ciento.
El lema de su campaña fue: “por la renovación moral de la sociedad”, y en repetidas ocasiones mencionó que atacaría frontalmente a la notoria corrupción mexicana. Pero como buen político, sus palabras no fueron trasladadas al terreno de las acciones.
De la Madrid realizó un estudio minucioso acerca de la corrupción de la política mexicana, y se dio cuenta que no era conveniente hacer nada sustancioso. Por ello, se dedicó a buscar ‘chivos expiatorios’ para que su “renovación moral” pareciera que sí se estaba llevando a cabo. Uno de los primeros en caer fue Miguel Lerma Candelaria, ex subdirector de Banrural, Candelaria fue asesor de De la Madrid y diputado federal, quien fue acusado de fraude, defraudación fiscal y cohecho por casi 400 mil millones de pesos. Lerma Candelaria tenía 24 cuentas bancarias y huyó a ese país; las autoridades nunca hicieron el intento por arrestarlo.
Otro acusado fue Everardo Espino de la O, ex director de Banrural, quien fue detenido en medio de un escándalo de los medios, acusado de peculado por 38 millones de pesos que, se dijo, se desviaban de los fondos. Pero esos fondos no eran para Espino, sino para sobornos destinados para periodistas, caricaturistas, columnistas, editorialistas, fotógrafos, reporteros, dueños y directores de periódicos.
Banrural había sido la ‘caja chica’ de López Portillo, y lo fue también de Miguel de la Madrid.
Pero su “renovación moral” no llegó al Sindicato Petrolero donde, por ejemplo, Joaquín Hernández Galicia, ‘La Quina’, amasaba una cuantiosa fortuna producto de desvíos de fondos de las ganancias por venta de petróleo mexicano. ‘La Quina’ tenía tanto dinero, que compró una casa en Lomas de Chapultepec, de un costo superior a los 500 millones de pesos. Se hizo famoso también, porque de su casa a su oficina -que estaba a unas cuantas cuadras- se iba en helicóptero.
Un ejemplo de la corrupción de Petróleos Mexicanos, se dio a notar de manera trágica en la explosión de San Juanico. El origen de la catástrofe ocurrió alrededor de las 5:30 a.m., cuando se suscitó la rotura de una tubería de 20 centímetros de diámetro que transportaba Gas LP desde tres refinerías diferentes, hasta la planta de almacenamiento cerca de los parques de tanques, que estaban compuestos por 6 esferas y 48 cilindros de diferentes capacidades. El sobrellenado de uno de los depósitos y sobrepresión en la línea de transporte de retorno, fueron uno de los probables factores que, con la falta de funcionamiento de las válvulas de alivio del depósito de sobrellenado, provocó una fuga de gas durante casi diez minutos.
Alrededor de las 5:40 a.m., esta fuga propició la formación de una gran nube de vapor inflamable de unos 200 metros por 150 metros, la misma que entró en ignición alrededor de 100 metros del punto de fuga, donde se puso en contacto con algún punto de ignición, como pudo ser alguna antorcha encendida al ras del suelo, o una chispa producida por electricidad estática. Esta hizo que se generara un incendio de grandes proporciones que afectaría en primer momento a diez viviendas que rodeaban a la planta; para las 5:45 a.m., una pequeña esfera se incendió, generando una bola de fuego (BLEVE) de unos 300 metros de diámetro y 500 metros de altura aproximadamente, a la que seguirían múltiples explosiones en cadena, generadas por otras cuatro esferas y quince cilindros, durante alrededor de hora y media, culminando en forma menos violenta hasta alrededor de las 10 de la mañana. Fue tal la radiación térmica, que tan sólo el 2% de los cadáveres rescatados pudieron ser reconocidos, de igual manera, el resplandor de la explosión pudo verse en lugares más lejanos del Valle de México. Nadie resultaba responsable por esa catástrofe. El gobierno culpaba a Pemex y ‘La Quina’; y éste, a su vez, hacía lo mismo en contra de De la Madrid.
El gobierno de Miguel de la Madrid se caracterizó por hacer nada ante las presiones económicas y sociales del país en los años ochenta. Su gabinete estaba compuesto por ‘gente joven’ que aun puede distinguirse dentro de la política mexicana actual: Carlos Salinas de Gortari, quien mandó en la Secretaría de Programación y Presupuesto; Emilio Gamboa Patrón, secretario particular de De la Madrid; Ramón Aguirre Velázquez a cargo del Departamento del Distrito Federal; Eduardo Pesqueira en Banrural; Manuel Alonso en la Secretaría de Comunicación, además de Manuel Camacho Solís y el francés, hijo de españoles, que de la noche a la mañana, en 1985, se convirtió en mexicano, Joseph-Marie Córdoba Montoya.
Las cosas en el país no marchaban bien, pero el presidente De la Madrid, haciendo honor al refrán de: ‘candil de la calle, oscuridad de la casa’, daba lecciones, recetas y consejos a Centroamérica, para que fueran como México. A través del llamado Grupo Contadora, Miguel de la Madrid prefería viajar y viajar, estar lo más lejos posible del problema llamado México, que lo aquejaba. Estuvo fuera del país un mes completo. Mientras él daba cifras falsas y optimistas en Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua, incluso hasta en Haití y Jamaica, su país se mantenía estancado. Ufano decía “mi país está estable: no ha salido de la crisis, ciertamente, pero tampoco se ha hundido más”.
Carlos Montemayor escribiría en la revista ‘Proceso’ una pregunta al presidente De la Madrid “¿acaso se puede estar más abajo que abajo?”. Incluso, en diversos medios se mofaban del presidente De la Madrid. Una caricatura retrataba a dos personas de clase media baja, quienes comentaban una nota publicada en un periódico que decía “El país saldrá de la crisis antes de terminar 1985: MMH”, y uno le pregunta al otro “oye, ¿ya viste lo que dijo el presidente, que vamos a salir de la crisis a fin de año, faltando un mes? ¿Está raro, no?”, a lo que el otro le comenta “lo que se me hace raro es que digas que hay presidente. Yo ni cuenta me había dado”.
Precisamente en 1985 ocurrió uno de los mayores siniestros ambientales en el país: un terremoto de 8.1 grados Richter sacudió el país y arruinó literalmente a la Ciudad de México, una fuerte réplica el día 20. Los daños materiales fueron masivos, y aunque los cálculos oficiales hablan de unos pocos miles de muertos (5 a 10 mil), la opinión pública consideró que la cifra podría haber rebasado los 800 mil. La reacción inicial del gobierno fue muy lenta e inadecuada, lo cual hizo que fuera la población la que tomara el liderazgo y la organización de las labores de rescate de víctimas y cuerpos de entre los escombros. Tanto las declaraciones del presidente De la Madrid, señalando que el país no requería ayuda extranjera para enfrentar la tragedia, como su decisión de no permitir que el Ejército colaborara con la población en las labores de rescate durante las primeras horas posteriores al terremoto, le valieron severas críticas a esta administración.
Miguel de la Madrid se encontraba inmerso en un maremágnum de críticas por doquier. Medios nacionales y extranjeros le reprobaban su actuación. Había censura por todos lados y se atacaba con saña inaudita solamente a algunos medios de comunicación. Un ejemplo cercano fue lo sucedido con el Periódico ‘El Pueblo’, dirigido por nuestro director Francisco Eulogio Rodríguez Murillo, en donde fue publicada una opinión de José Pérez Chowell, en donde calificaba de “estúpido” al presidente de la República. La andanada oficial en contra de ‘El Pueblo’ y su director fue tan inmensa, que éste último tuvo que huir del país con rumbo hacia Canadá, por haber sido nombrado como ‘enemigo número uno del presidente’. Otro caso similar ocurrió con el Periódico ‘Tribuna de Torreón’, donde su director, Amado Huerta, fue citado para que aclarara unas opiniones publicadas en su periódico. Jamás volvió a saberse de él. El pasado 3 de marzo se cumplieron 25 años de su ‘misteriosa’ desaparición.
Un ejemplo más del descontento social se vivió durante la inauguración del Campeonato Mundial de futbol México 86. La totalidad de asistentes al Estadio Azteca recibieron con sonora rechifla al presidente, que el mensaje inaugural fue inaudito literalmente, pues no se escuchó.
Para 1988, la brecha entre clases sociales era notablemente visible. A partir de ese año comenzó a decirse que “la clase media estaba en peligro de extinción”, pues los ricos se hacían más ricos y los pobres más pobres. Los verdaderos ‘amos del país’ comenzaban a amasar sus fortunas. Gilberto Borja, Bernardo Garza Sada, Carlos Slim, Jerónimo Arango, Antonio Ruiz del Valle, Juan Sánchez Navarro, Emilio Azcárraga y Miguel Alemán, además de los hermanos Agustín y Eduardo Legorreta, a todos ellos les había ido bastante bien en el sexenio de Miguel de la Madrid.
Al final del sexenio de Miguel de la Madrid se vivía una gran tensión, y muy pocos veían con esperanza los años venideros. El estado de ánimo colectivo era oscuro. En el mejor de los casos, se esperaba que los años de la crisis se convirtieran en una transición que pusiera al día al país y se pudiera revertir un poco la concentración de la riqueza que se vivía hasta ese momento. Las elecciones federales de ese año no habían sido favorables para el PRI, y sin embargo seguiría gobernando. Se esperaba que las políticas de apertura, privatización y adelgazamiento del Estado en verdad frenaran la corrupción y reactivaran el mercado para que la productividad incrementara.
Mientras Miguel de la Madrid se fue a España envuelto en escándalos de robo de recursos federales, por lo que su nombre fue parodiado a ‘Miguel me fui a Madrid porque he Hurtado’ y posteriormente regresó para dirigir el Fondo de Cultura Económica, aquí en México se le estaba dando la oportunidad a Carlos Salinas de Gortari, aun cuando su legitimidad no existía para muchos mexicanos. Pero pronto tuvieron que confiar forzosamente en él.
¿Podría Salinas con el paquete llamado México en crisis? (continuará)…

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